miércoles, 18 de junio de 2008

La familia en la Antigua Roma

La familia en Roma tenía, ante todo un marcado carácter sagrado. Era una importante institución, considerada como uno de los pilares básicos de la sociedad. Sin embargo la familia romana no se limitaba a lo que hoy se conoce por padres e hijos. La familia de la antigua Roma abarcaba mucho más.
Pertenecer a una familia suponía ser ciudadano de Roma y por lo tanto poseer derechos de ciudadanía, de tal modo que aquellos que fueran excluidos de sus derechos, perdían también el privilegio de formar una familia.


Pater familias

El poder se concentraba en la figura del pater familias. Él tiene toda la autoridad (patria potestas) siendo dueño de todos los bienes y personas de su propia familia. Es el único que no se encuentra subordinado a nadie de su familia y conserva durante toda su vida el derecho de vida o muerte sobre sus hijos y esposa.
La familia está constituida solamente por el hecho de estar sometida a la patria potestad, con independencia de que sus miembros tengan o no un vínculo de sangre.



Matrimonio


El matrimonio romano es un acto privado, un hecho que ningún poder público tiene por qué sancionar: no hay que presentarse ante el equivalente de un sacerdote, un alcalde o un juez. Es un acto no escrito y no existe contrato de matrimonio sino contrato de dote. Se trataba pues de una institución de hecho que no dejaba de surtir efectos jurídicos: los niños nacidos de esa unión son legítimos; reciben el nombre del padre y continúan la línea familiar.
La mujer, dentro del seno familiar pasa del poder paterno al poder marital y si quedara viuda, al de su hijo mayor, viviendo una existencia de abnegación y de obediencia.


Nacimiento

Los romanos no entendían el concepto de nacimiento como se hace ahora. El alumbramiento no se limitaba a ser un hecho biológico. Los recién nacidos no vienen al mundo, o mejor dicho no son aceptados en sociedad, sino en virtud de una decisión del jefe de familia. En Roma no puede decirse que un ciudadano ha tenido un hijo. Lo toma o lo rechaza.
Las madres daban a luz, sentadas en una butaca especial, lejos de cualquier mirada masculina. Tras el parto, el pater decidía la acogida o el abandono del vástago. Podía alzarlo en brazos y legitimarlo, comprometiéndose así a educarlo o en caso contrario lo exponía en la puerta en espera de que alguien que lo quisiera lo recogiera.
A diferencia de otras culturas, como la egipcia, la germana o la judía, que criaban a todos sus hijos, los romanos exponían a aquellos que consideraban que no servirían para el imperio. Hay que entender que en Roma las personas no pertenecen a las familias sino al Imperio y que un hombre antes que hombre es ciudadano del Estado.
El fin último del matrimonio era dar ciudadanos a la patria. Por esta razón se renunciaba con más frecuencia a las hembras que a los varones. Pero sobre todo el abandono de hijos legítimos se debía a la miseria de unos y a la política matrimonial de otros. Los pobres abandonaban a los hijos que no podían mantener, mientras que los otros lo hacían por mera ambición familiar: preferían centrar sus esfuerzos en un número reducido de descendientes.
Una vez acogido el bebé, se celebraban, durante los primeros ocho días, diversas ceremonias para que las divinidades protegiesen la nueva vida. Después se purificaba a la criatura con agua en presencia de familiares y amigos, se ofrecía un sacrificio y se le concedía un nombre (praenomen).

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